martes, 13 de diciembre de 2011

Un mejunje


El fútbol argentino atraviesa, quizá, el peor momento de su historia. Partidos mediocres, falta de buen juego, clubes endeudados hasta el cuello, River en la B, un campeón que les sacó una diferencia abismal al resto de los equipos sin demostrar gran jerarquía y, como si fuese poco, una Copa Argentina mal organizada y de la cual nadie quiere hacerse cargo.
Muchos critican a los dirigentes culpándolos de ladrones o de ineficientes. Éstos hacen lo mismo con los directores técnicos, despidiéndolos después de tres derrotas al hilo. Algunos echan culpas a los jugadores, tratándolos de “pechos fríos” o de que no sienten la camiseta, y otros creen que el problema erradica principalmente en la venta temprana de jugadores al exterior, lo que genera un nivel por debajo de la vulgaridad. Yo pienso que es una mezcla de todo. El fútbol, que debería ser el deporte nacional, comenzó a perder prestigio en los últimos años y a introducirse en un pozo que, por lo visto, no haya una luz de esperanza. Basta con comparar los planteles actuales con los de hace una década y ni hablar con los anteriores. La diferencia de nombres lo dice todo.
¿Cómo puede ser que River, el club más ganador de la historia, poseedor de 33 títulos locales, 2 Copas Libertadores y una Intercontinental, entre otros, haya descendido a la segunda categoría?. ¿Cómo puede ser que San Lorenzo, una de las instituciones con más historia en el país y considerado uno de los cinco grandes, esté peleando la Promoción, al mismo tiempo en el que acarrea una deuda enorme y que pierde contra equipos que, sin desmerecer, apenas conocen la A?. Boca, recién ahora hizo valer su historia y se consagró campeón con 43 puntos, sacándoles 12 de diferencia a sus seguidores Racing, Vélez, Belgrano y Colón, cuando en la segunda fecha una derrota ante Unión hubiese significado el fin del ciclo de Falcioni. No hay que olvidar que hace apenas tres años el equipo de la Ribera, el Ciclón y Tigre finalizaron punteros con 39 unidades y Lanús, pisándoles los talones, un punto abajo. Luego las campañas del xeneize se enflacaron y cualquiera le ganaba en La Bombonera. Los dos de Avellaneda, enriquecidos y bañados de una historia enorme, también vienen sufriendo muy malos campeonatos. Racing ya probó lo que es jugar es la Promo pero zafó e Independiente, tranquilo por el momento gracias a la gran campaña del Tolo Gallego, cuando pierda esos 68 puntos se encontrará en grandes problemas. Una Sudamericana no te salva la vida.
¿Cómo pudo haber cambiado todo tan rápido?, ¿qué se hizo o se está haciendo mal?, ¿los responsables van a dar la cara alguna vez y, lo que es más importante, modificarán esta situación?. Por lo pronto habrá que esperar y rogar por volver a no aburrirse en un tablón o frente a una pantalla cuando se está jugando una de las cosas más lindas del mundo, un partido de fútbol, de buen fútbol. Por el momento, Barcelona gracias por regalar un poco de eso, ojala contagies.

martes, 8 de noviembre de 2011

Que jueguen y salgan


El fútbol es un juego, un pasatiempo, un hobbie, un trabajo para algunos, la oportunidad de soñar que se es Messi o Cristiano por un rato para otros, la chance de escaparte de la rutina, la excusa perfecta para no ver a tu novia o, simplemente, una pasión. Más allá de lo que este deporte sea para cada uno, no cabe duda de que genera alegría. La locura incondicional de un hincha que grita y alienta, ya sea frente al televisor o en una popular, es algo impresionante, pero se torna increíble e inentendible cuando esa euforia se convierte en estupidez.

El verdadero amor por la camiseta se va constituyendo a medida que los años pasan. Uno nace “hincha” de un club por su padre o por su abuelo, pero recién se lo agradece a una edad que ronda los veinte años. No importa cual sea ese equipo: Boca, River, Banfield, Central, Villa Dálmine o Sacachispas, no importa la categoría: la Primera, la B Nacional, la C, la D y mucho menos importan los títulos; la pasión por ver y jugar a la pelota es la misma. Sin embargo, la realidad es que una vez que el árbitro da el pitido final, el partido se acaba y la vida continúa. Se puede ganar, empatar o perder, hacer goles a favor, en contra, recibir goleadas, convertirlas, ser amonestados y hasta expulsados, pero, detrás de todo eso, existen vidas y no debe entrar en la cabeza de nadie la frase que obliga a dejarla en la cancha.



La locura con la que se entabla el fútbol en la Argentina condena a un pibe de 19 años que se resbaló y perdió una pelota importante. Si ese viernes o sábado el equipo de ese chico no ganó, la hinchada lo va a obligar directamente a no poder salir en la noche, porque claro, tuvo un error y debe pagar la condena, además ¿cómo va a salir?: es un jugador de fútbol, un producto, no un ser humano. Todo lo que hace el jugador debe ser para alegrar al espectador. Tiene que rendir al cien por ciento siempre y, como el hincha o el “barra” paga o roba una miserable entrada, tiene el derecho a insultarlo, denigrarlo, escupirlo y hasta de romperle la cabeza con una piedra.

Este tipo de actitudes deben comenzar a cambiarse. El muchacho encerrado, concentrado, entrenando todo el día es incapaz de ser feliz y de rendir bien. Las etapas no deben ser quemadas y él posee, al igual que el resto del mundo, el derecho de salir un fin de semana, no a emborracharse completamente y terminar tirado en una zanja, convirtiéndose en la tapa de todos los diarios amarillistas, sino a compartir un momento de distracción con sus amigos, a olvidar un poco la presión y, fundamentalmente, a divertirse.

Que el fútbol se viva como lo es: una de las cosas más lindas de la vida, que se deje atrás la idea de “ganar o morir”. Ya es hora de tomar una actitud tolerante para no manchar más a la pelota, porque una vez que la pelota está triste, el fútbol está triste.

jueves, 3 de noviembre de 2011

El acto

Se abre el telón del primer acto. Los periodos iniciales son de aprendizaje inconciente. Primeras palabras, gestos y pasos. La niñez está cargada de situaciones, de traumas, de felicidades. Una mariposa puede provocar la mayor de las distracciones y una moneda es igual a un tesoro. Todo es relativamente feliz. La memoria surge de los más profundos mares dormidos y sin previo aviso. Allí te encariñas con tus abuelos quienes, a medida que uno crece, se van yendo.
La adolescencia, lejos de ser una etapa difícil, es el mejor momento: aparecen los encontronazos, los mejores amigos, las mejores amigas, las salidas, los baños de alcohol, las fiestas, la personalidad. Se viven relámpagos increíbles e inolvidables, otros que merecen ser enterrados. Más adelante la elección de la pala o el estudio, largos períodos de reflexión, equívocos, aciertos. Luego lo inevitable: la rutina.
Cada mañana el despertar para comenzar las actividades diarias: universidad, laburo, ensayo, gimnasio o las que sean. Más tarde, en general, el almuerzo y la continuación de la rutina. Cinco o seis de los siete días de la semana son exactamente iguales. Ya cuando es viernes o sábado a la noche, algunos deciden salir a comer, a bailar, al cine o a cualquier lugar que los distraiga de sus vidas. Los domingos son particularmente depresivos: está comprobado que la mayoría de los suicidios ocurren en esos días. Todo es aburrido e inerte. La mente sabe que 24 horas después comienza todo de nuevo y no logra distraerse, y como el domingo es un día en el que no se hace nada, el cerebro se agobia pensando en ello y, por lo tanto, se estresa más, preparándose para su regreso a la cotidianidad.
Así pasan las semanas, los meses, los años e incluso las décadas. Nacen hijos, se compran perros, casas, autos. De vez en cuando algunos se mudan o cambian de empleo, otros nunca trabajan. Los cumpleaños, aniversarios, fiestas, bautismos, casamientos, divorcios desfilan como un tren.
Llega la mediana edad y empieza a sentirse ese gusto melancólico que tantas veces se hizo presente. El jardín se convierte en el paraíso, las fotos son los mejores recuerdos, los nietos son la mayor demostración de que el mundo nunca se acaba, y la experiencia empieza a no servir de nada. Los vicios, las peores cárceles, si no murieron en el camino, acompañan por siempre.
Por ahí se asoma algún bisnieto. Ya nada es lo mismo. El solitario pasar del tiempo es el título del único cuento en pie. Tantas historias recientes que se empiezan a olvidar y otras, antiguas, que quedan plasmadas por toda la eternidad. El dolor de no haber podido hacer ciertas cosas y el gusto de haber hecho tantas otras. La necesidad de tener una máquina de tiempo es una utopía y el único viaje al pasado se realiza mediante una imagen amarilla.
Hasta que una mañana, una tarde o una noche sin previo aviso o, cargando una dura pena, llega el final. Así como todo comenzó, todo se terminó. Y con un millón de preguntas por contestar y con más dudas que certezas acerca de la vida, luego de haberla vivido, se cierra el telón del último acto.
Todo fue un flash, una prueba, un sueño o un ciclo. Se inicia la otra vida.

lunes, 31 de octubre de 2011

No olvido, ni Perdón, Justicia



A 28 años de que Argentina recuperó la democracia, se les dictó la sentencia a varios represores del último y más sangriento golpe militar del país, aquél que derrocó a María Estela Martínez de Perón e instaló a la junta militar encabezada por Jorge Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti.
No voy a nombrar a quienes recibieron las condenas porque eso ya es noticia conocida y publicada en todos los medios, pero sí voy a dar mi punto de vista acerca del tema. Finalmente se está haciendo justicia. Es increíble que todavía existan personas a favor de los procesos militares y que rueguen la vuelta de los mismos. Esas personas dicen: “hoy en día hay pobreza, descontrol, todo el mundo hace lo que quiere” y se excusan comparando un flagelo social con las desapariciones de miles de personas por parte del Gobierno. Nada de lo que digan se justifica. Yo soy de los que defienden la diversidad de pensamientos y la libertad de expresión, pero sinceramente me repugna ese pensamiento tan cerrado. Creo que los que defienden semejante acontecimiento nunca se pusieron a escuchar el relato de algún chico sin identidad, nunca se pusieron en la piel de los familiares que pasaron noches en vela llorando por la falta de un ser querido, que no estaba ni vivo, ni muerto, sino desaparecido. Esto no es una crítica a nadie, ni tampoco pretendo cambiar al mundo. Nada más es un llamado de atención a la memoria, que es la mejor forma de hacer justicia, y es también un pedido para que la historia nunca más se repita. Que la verdad sea el mejor camino para que esas almas que murieron puedan descansar en paz.
No olvido, ni perdón, JUSTICIA.